Es sólo cuando todo el corazón está tomado por la pasión de orar que el fuego divino desciende, pues nadie sino el hombre fervoroso tiene acceso a la paz de Dios. Cuando te sientas poco dispuesto a orar, no te rindas ante este desánimo; insiste y persevera en orar, aun cuando pienses que no puedes hacerlo.HILDERSAM
La
tribulación y la oración están íntimamente relacionadas. De hecho, la oración
es de gran valor en la tribulación, porque da descanso, consuelo y engendra
paciencia.
Es
prudente, pues, aquel que en el día de la prueba sabe que la verdadera forma de
descargar sus dolores es a través de la oración y hace uso de ella. Confiar en
las promesas de la biblia te da sustento y son la base de tu descanso pero solo
podrás abandonar tus angustias y disfrutar completamente de ellas a través de
la oración, de no hacerlo seríamos tan imprudentes como el que se acuesta a
descansar sobre su cama con sus cargas al hombro.
Hay
una visión enteramente falsa de la vida, que muestra nuestra ignorancia suprema
de ella, la cual sólo espera flores y rayos de sol, placer y bienestar. En este
caso, la sorpresa es mayor cuando llega la tribulación, ya que ningún hombre
está exento de ella: "El hombre nacido de mujer corto es de días y lleno
de tribulaciones" (Job 14:1).
No
hay excepción de edad, clima o estación. Ricos y pobres, sabios e ignorantes,
todos participan de esta herencia triste y penosa que resultó de la caída del
hombre: "No te ha asaltado ninguna tentación que no sea común a todos los
hombres" (1 Co. 10:13).
El
día de la tribulación amanece, tarde o temprano, en la vida de todos. ¡Cuán
gran variedad de pruebas hay en la vida! ¡Cuán diversa es la experiencia de los
hombres en la escuela de la adversidad! No hay dos personas que tengan los
mismos problemas en circunstancias semejantes.
Tampoco
Dios trata a todos sus hijos de forma idéntica. Dios da lo que cada individuo necesita
para su bien y lo que es capaz de soportar...
La
tribulación se halla bajo el control del Todopoderoso, y es uno de los agentes
más eficientes en cumplir sus propósitos y en perfeccionar a sus santos. La
prueba sirve a los propósitos de Dios -a menos que el hombre los malogre, pues
su mano se halla en toda tribulación que afecta las vidas humanas. Y no es que
Dios dé órdenes directas y arbitrarias para hacer desagradable la experiencia
de los hombres. Ni que sea responsable de todo el dolor y la aflicción que
asola a la Tierra. Pero no hay tribulación que pueda presentarse en este mundo,
sea a un santo o a un pecador, que no tenga el permiso divino y que no haya
sido determinada y haga su efecto bajo la mano de Dios, y a fin de ejecutar los
designios de la gracia de su redención para su gloria.
Y
es que todas las cosas están bajo el control divino. Esto es, la tribulación no
está por encima de Dios y de su control; sea cual sea su origen o dónde
aparezca, Dios sabe lo que es, y puede usarla para sus propósitos con miras al
mayor beneficio de sus santos. Ésta es la explicación que hallamos en romanos,
tantas veces citada, y cuya profundidad y sentido pocas veces se comprende:
"Y sabemos que todas las cosas obran conjuntamente para bien de los que
aman a Dios" (Ro. 8:28).
Incluso
los males desencadenados por las fuerzas de la naturaleza son siervos y ejecutan
su voluntad y designios.
Así,
la tribulación es la parte disciplinaria del gobierno moral de Dios. Da lugar a
la vida bajo la prueba. Pertenece a lo que las Escrituras llaman
"disciplina": "A quien Dios ama, disciplina, y azota al hijo a
quien recibe" (He. 12:6).
Hablando
de un modo exacto, no podemos decir que el castigo tenga parte en esta vida
para con su Iglesia, sino que la relación de Dios con su pueblo en este mundo
tiene que ver con la naturaleza de la disciplina. Ahora Dios por Cristo disciplina
al Creyente y tiene misericordia de los que están por venir.
Es
por esto que la oración entra en acción cuando Dios disciplina, la oración
ferviente es el principio del fin de nuestra tribulación. Dice el salmista:
"Llámame en el día de la angustia; y Yo te libraré, y tú me
glorificarás" (Sal. 50:15).
La
oración es lo más apropiado para el alma en el "día de la angustia".
La oración reconoce a Dios en el día de la tribulación: "Jehová es; haga
según bien le pareciere" (1 S. 3:18).
No
hay nada que muestre más verdaderamente nuestra impotencia que la llegada de la
tribulación: abate al fuerte, le muestra su debilidad y le deja impotente.
Bendito, entonces, aquel que se vuelve a Dios en el "tiempo de la
angustia". Pues, si la tribulación es del Señor, lo más natural es
llevarla a Él, y buscar su gracia y paciencia y sumisión.
Sí,
el momento de la tribulación es un momento oportuno para preguntar:
"Señor, ¿qué quieres que haga?" (Hch. 9:6). ¡Y cuán natural y
razonable es para el alma oprimida, quebrantada y magullada el inclinarse ante
el trono de misericordia y buscar la faz de Dios! ¿Dónde puede hallar sola el
alma atribulada, si no es en el aposento para orar?
No
obstante, la tribulación no siempre lleva a los hombres a la oración. Hay casos
tristes en que la tribulación dobla el espíritu y agrava el corazón: cuando el
hombre no sabe de dónde viene esta tribulación y no sabe cómo orar sobre ella,
pues para la semilla en buena tierra el gloriarse en las tribulaciones es un
deber y un poder pero para el que cae entre espinos o en pedregales no es más
que el inicio de su muerte.
La
oración en el tiempo de la tribulación nos da consuelo, ayuda, esperanza y
bendición y esto no solamente acaba eliminando la tribulación, sino que permite
a los santos someterse a la voluntad de Dios. Además, no interpreta la
Providencia de Dios, sino que nos ayuda a aceptarla; nos permite ver su
sentido, nos aleja de la incredulidad, nos salva de la duda y nos libra de
todas las preguntas vanas e insensatas causadas por la experiencia penosa. No
perdamos de vista el tributo de reconocimiento que se le hizo a Job cuando sus
tribulaciones llegaron a puntos culminantes: "Y en todo esto Job no pecó,
ni atribuyó a Dios despropósito alguno" (job 1:22).
Solamente
los hombres vanos e ignorantes, sin fe en Dios y no sabiendo nada de los
procesos disciplinarios divinos pueden atribuir al Padre Celestial sus
tribulaciones y maldecirle. ¡Cuán insensatas son estas quejas y estas
murmuraciones y la rebelión de los hombres en los días de tribulación! Hemos de
leer otra vez la historia de los hijos de Israel en el desierto... ¡Y cuán
inútil es también preocuparse y ponerse ansioso sobre la tribulación, como si
hacerlo pudiera cambiar las cosas! "¿Cuál de vosotros puede,
angustiándose, añadir a su estatura un codo?" (Mt. 6:27; Lc. 12:25).
La
tribulación muestra rayos de luz para los cristianos y los que oran los hallan.
Feliz es aquel que encuentra que las tribulaciones son bendiciones disimuladas.
Como nos dice el conocido refrán: "No hay mal que por bien no venga".
Y escribe el salmista: "Bueno es para mí el haber sido afligido, para que
aprendiera tus estatutos (... ) Sé, oh Señor, que tus juicios son justos, y que
con fidelidad me has afligido" (Sal.119:71-75).
Naturalmente,
tenemos que admitir que algunas veces estas tribulaciones son en realidad
imaginarias. No tienen más realidad que en la mente del que las sufre.
Otras
son preocupaciones de cosas que pertenecen al pasado, y es vano pensar en
ellas... La tribulación presente es la única que requiere atención y oración:
"Baste al día su afán" (Mt. 6:34).
Pero
también ocurre a veces que algunos problemas nos los originamos nosotros
mismos, aunque sea de modo involuntario, por ignorancia o descuido. Esto no
quiere decir que no deban ser motivo de oración: ¿qué padre rechazaría a su
hijo que acude a él cuando se ha lastimado, aunque haya caído por descuido?
Y,
por supuesto, están aquellas tribulaciones de las cuales nosotros no somos
responsables, pero cuyos resultados nos tocan injustamente. Este es un mundo en
el que con frecuencia sufre el inocente las consecuencias de los actos de
otros.
¿Quién
no ha sufrido circunstancias de este tipo? Pero incluso estos casos son
permitidos por la Providencia divina, a fin de que puedan servimos para fines
beneficiosos.
No
son en manera alguna excepciones a la regla de la oración, sino que Dios puede
poner su mano sobre ellos y hacer que "redunden en un grande y eterno peso
de gloria" (2 Co. 4:17).
Tales
fueron casi todas las tribulaciones de Pablo, las cuales ocurrieron a causa de
personas malvadas o poco razonables (léase el relato que el apóstol hace de
ello en 2 Corintios 11:23-33).
Hay,
igualmente, tribulaciones que provienen directamente a un origen satánico. Pero
tenemos como ejemplo bíblico incuestionable el plan del diablo de quebrantar y
torcer la integridad de Job para forzarle a reprochar a Dios por lo que le
ocurría y a maldecirle de modo insensato. Mas Job nunca acuso ni se preocupó,
ni le dio mucha importancia al Diablo en su tribulación sino que alabo a Dios.
¿No
debemos, pues, reconocer este aspecto en la oración como otro asunto que Dios
puede cambiar para nuestro bien y enseñanza? Fue Job quien pronunció las
conocidas palabras: "El Señor dio, el Señor quitó. Bendito sea el Nombre
del Señor" (Job 1:21).
¡Qué
consuelo es ver a Dios en todos los sucesos de la vida! ¡Qué alivio para el que
está afligido ver la mano de Dios en la hora de la tribulación! ¡Qué fuente de
consuelo es la oración para aliviarnos de la carga del corazón!
Pero
cuando investigamos todos los posibles orígenes de la tribulación, hallamos dos
verdades de gran valor: primero, que nuestras tribulaciones son en todos los
casos determinadas por el Señor; segundo, que nuestras tribulaciones, sea cual
sea la causa -nosotros, otros hombres, el diablo, o incluso Dios mismo de manera
directa, pueden ser aliviadas llevándolas a Dios en oración y buscando los
grandes beneficios espirituales que se hallan escondidos en ellas.
La
oración santifica la tribulación para nuestro mayor bien. Prepara nuestro
corazón contra la rebeldía y lo ablanda bajo la mano de disciplina de Dios. Y
especialmente, nos coloca donde Dios puede traemos nuestro mayor bien,
espiritual y eterno. En efecto, la oración nos permite disfrutar del libre
obrar del Señor en nosotros y por nosotros.
Repetimos,
el objetivo de la tribulación es nuestro bien. Si no se percibe este objetivo o
si es larga la espera del bien a través de la aflicción es o bien por falta de
oración o por falta de fe (entender todo a la luz de la palabra), o por los
dos...
Vemos
cómo en el caso de Faraón, la prueba endureció su corazón, hasta el punto de
que, al final, se volvió más desesperado
en su decisión de alejarse de Dios. Pero el salmista, en cambio, "clamó a
Dios y Él le oyó, y le salvó en la hora de la tribulación" (Sal.
34:6). Pues el mismo calor del sol ablanda la cera y endurece la arcilla; el
mismo sol seca la tierra y funde el hielo... ¡Qué bendición, ayuda y consuelo
hay en la oración en el día de la prueba! «Porque ha puesto su amor sobre Mí,
por tanto, Yo lo libraré; lo pondré en alto porque ha conocido mi Nombre. Llamará
mi Nombre, y Yo le responderé; estaré con él en el día de la angustia; le libraré
y le honraré» (Sal.91:14,15).
¡Cuán
dulce y cuán consolador y cuánto alienta nuestra fe oír las palabras de la
promesa de Dios, por boca de Isaías, a aquellos que creen y oran! "Pero
ahora así dice Jehová que te ha creado, oh Jacob, que te ha formado, oh Israel:
No temas, porque Yo te redimí, te he llamado por tu nombre; mío eres tú. Cuando
pases a través de las aguas, Yo estaré contigo; cuando cruces los ríos no te
anegarás, cuando andes a través del fuego no te quemarás, ni llama alguna te
alcanzará. Porque Yo soy Jehová tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador"
(Is. 43:1-3).
Referencias:
Fundamentos de la Oración, Autor: E.M. Bounds, capítulo 5, págs 20 - 24.
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