Pecados Respetables: La Desaparición del Pecado

Lamentablemente, la idea del pecado también ha desaparecido de muchas iglesias. De hecho, hemos dejado de usar en nuestro vocabulario las palabras bíblicas fuertes acerca del pecado. La gente ya no comete adulterio, ahora tiene una aventura. Los ejecutivos de las compañías no roban, sólo cometen fraudes. En nuestras iglesias conservadoras, en muchos casos la idea del pecado se aplica sólo a aquellos que cometen pecados tan flagrantes como el aborto, la homosexualidad y el homicidio, o los crímenes escandalosos de los ejecutivos de empresas. Es muy fácil condenar a quienes cometen esos pecados tan obvios y al mismo tiempo ignorar nuestros propios pecados de chisme, orgullo, envidia, amargura y lujuria.
Es común observar que estamos más preocupados
por el pecado de la sociedad
que por el que cometemos los santos.
De hecho, con frecuencia nos permitimos cometer lo que llamo pecados “respetables” o “aceptables sin ningún remordimiento. Es muy fácil salirnos por la tangente diciendo que estos últimos pecados no son tan malos como los más vergonzosos de nuestra sociedad. Pero Dios no nos ha dado autoridad para establecer distinciones entre los pecados (Santiago 2:10).
Acepto que algunos pecados son más graves que otros. Según nosotros, es preferible que nos culpen de haber mirado a una mujer con lujuria, a que nos acusen de adulterio (Mateo 5:27-28). Creemos que es preferible enojarnos con alguien que matarlo. Pero el Señor dijo que el que asesina o se enoja con su hermano es igualmente culpable de juicio (Mateo 5:21-22). Según nuestros valores humanos con sus leyes civiles, consideramos que hay una gran diferencia entre un “ciudadano que cumple la ley” y que ocasionalmente recibe una multa de tránsito, con alguien que vive una vida “sin ley”, en desacato y abierta rebeldía a todas las leyes. Pero la Biblia no hace tal diferencia entre personas. Más bien, simplemente dice que el pecado, sin excepción, es infracción de la ley (1 Juan 3:4).
En la cultura griega, la palabra pecado significaba originalmente “errar al blanco”, es decir no atinarle al centro del blanco. Hay algo de verdad en esa idea en la actualidad. Sin embargo, en muchas ocasiones nuestros pecados no se deben a nuestro fracaso por lograr algo [el blanco], sino a la ambición interna de satisfacer nuestros deseos (Santiago 1:14). Decimos un chisme o codiciamos porque el placer momentáneo es mayor que nuestro deseo de agradar a Dios.
El pecado es pecado. Aun los que toleramos en nuestra vida. Todos son graves delante de los ojos de Dios. Nuestro orgullo religioso, la crítica, el vocabulario agresivo contra los demás, la impaciencia y el enojo; aún nuestra ansiedad (Filipenses 4:6). Todos estos son pecados graves delante del Señor. Solo la obediencia perfecta cumple el elevado estándar de la ley (Gálatas 3:10). Cristo fue hecho maldición por nosotros para redimirnos de la maldición de la ley (Gálatas 3:13). Aún así, el hecho persiste: consentimos pecados en nuestra vida que parecen insignificantes pero que merecen la maldición de Dios.
Si esta observación parece muy ruda y punzante para aplicarla a todos los creyentes, permítame responder con rapidez diciendo que hay muchas personas piadosas y humildes que son las honrosas excepciones a esta regla. De hecho, la paradoja es que esas personas cuyas vidas reflejan mejor el fruto del Espíritu son las más sensibles y gimen internamente por los pecados “aceptables” que cometen. Pero también hay una gran multitud que está pronto para juzgar el pecado flagrante de la sociedad y que, sin embargo, permanece orgullosamente insensible a sus propios pecados. Y muchos de nosotros vivimos entre los unos y los otros. El punto principal es que todos nuestros pecados, son reprensibles a la vista de Dios y merecen castigo.
"Lo que los hombres tienen por muy estimable, delante de Dios es abominación." - Lucas 16:15
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