El principio de la salvación es la impartición soberana de la vida Espiritual (regeneración) dentro del corazon el cual ha estado muerto y causandole a ejercitar fe. Esto quiere decir que para que el hombre tenga fe y la ejercite, debe primero ser espiritualmente regenerado por el Espíritu Santo, de manera que el “Nuevo nacimiento” o regeneración precede el creer o el ejercer fe en Cristo. Veamos la evidencia bíblica que respalda y confirma esta verdad:
El “creer” en Jesus es el resultado de haber nacido de Dios, y no la causa de la “regeneración.” Lo mismo es aplicable al amor en el cristiano. No podemos amar sino nacemos primero de Dios. Este amor no es el afecto natural humano que gobierna nuestras relaciones diarias con nuestros semejantes; este amor es el don de Dios para el creyente que Pablo lo llama “fruto” ( Gal.5:22) y que es “derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado.”( Romanos 5:5). Tanto la fe y el amor son el resultado del acto soberano de Dios de regenerarnos por Su Espíritu.