Un individuo puede llevar una vida moral y honesta; puede tener amplios conocimientos sobre las doctrinas de la Biblia; puede asistir a numerosos servicios religiosos; puede ser una persona muy expresiva y sagrada; puede haberse persuadido a sí mismo de su salvación; en fin, puede ser capaz hasta de indicar la fecha en que se convirtió. Y con todo esto, existe la posibilidad de que esta persona esté destinada a probar el amargo fruto de la desesperación y de la muerte eterna.