Recuerdo en mi época de joven consejero en campamentos juveniles cristianos que procuraba con mucho entusiasmo que otros jóvenes conocieran el evangelio y posteriormente consagraran su vida a Dios.
Estas eran las dos metas más importante para los consejeros y nuestra alegría era saber cuántos de esos jóvenes a nuestro cuidado creían en Dios y cuántos de ellos se consagraban a él. Cuando predicábamos el evangelio, teníamos en mente que ellos debían conocer a Cristo como salvador y cuando pensábamos en consagración que debían reconocerlo como Señor. Esto era lo que hacíamos conforme a la luz que hasta ese momento teníamos de la Palabra de Dios. En algunos casos la motivación era buena pero la teología era equivocada.