06 abril, 2016

Simón el Mago – Una perspectiva falsa del Evangelio

Simón el Mago – Una perspectiva falsa del Evangelio
por Roger Ellsworth*

Hechos 8:9-24


Este pasaje nos presenta a una persona muy importante. Simón el Mago no es importante por el hecho de desempeñar un papel importante en las Escrituras. Su nombre sólo aparece en este pasaje. Su importancia se debe al hecho de que representa un peligro que amenaza a incontables multitudes en la actualidad: el peligro de una hueca profesión de fe en el Señor Jesucristo.

Simon hizo su profesión de fe cuando Felipe, uno de los diáconos de la iglesia primitiva (Hechos 6:5), llegó a la ciudad de Samaria para compartir el evangelio de Cristo. La predicación de Felipe recibida de una forma extraordinaria y fue abrazada por multitudes (Hechos 8:6).

Se dice que el mismo Simón el Mago también creyó el mensaje (v. 13). Se identificó públicamente como un seguidor de Cristo por medio del bautismo (v. 13). Y eso no era todo: disfrutaba tanto el estar con Felipe que lo acompañaba con regularidad (v. 13).

Podemos estar seguros de que ningún convertido de Samaria era más conocido que Simón. Este hombre había practicado la magia durante mucho tiempo (v. 11). Había sido capaz de realizar milagros sorprendentes a través del poder satánico. Nadie esperaba que Simón renunciaría a su hechicería y recibiría al Señor Jesucristo, pero eso fue lo que hizo, o al menos así pareció haberlo hecho.


Durante un tiempo todo pareció estar bien con Simón. Fue cuando entonces llegaron Simón y Juan desde la iglesia de Jerusalén (v. 14). El don del Espíritu Santo le había sido retenido a los nuevos creyentes samaritanos hasta la llegada de estos dos apóstoles. La razón de esto no es difícil de determinar. Los judíos y samaritanos se habían despreciado entre sí por mucho tiempo, y era esencial que esta brecha no se introdujera dentro de la vida de la iglesia. Al retener el Espíritu hasta que Pedro y Juan llegaran, el Señor estaba trayendo unidad entre los cristianos judíos y samaritanos.

Fue el ministerio de Pedro y de Juan que sacó a la luz los verdaderos colores de Simón el Mago. Estaba maravillado de que el don del Espíritu Santo fuese otorgado a través de la acción de estos apóstoles por medio de la imposición de manos sobre los creyentes samaritanos. Se llenó de envidia. ¡Qué maravilloso fuera si tan solo pudiera ejercer tal poder! Tal vez Pedro y Juan compartirían su secreto si les ofrecía una buena suma de dinero.

Simón el Mago cometió un serio error de cálculo. El apóstol Pedro respondió a su oferta con las siguientes palabras devastadoras: ‘Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios’ (vv. 20-21). Y como si esto no fuera suficiente, Pedro le declaró además que estaba ‘en hiel de amargura y en prisión de maldad’ (v. 23).

Las palabras de Pedro no dejan lugar a duda o a debate. A pesar de que Simón el Mago había hecho una profesión de fe en Cristo, había sido bautizado y se había unido a Felipe, realmente no era un hijo de Dios. Estaba engañado con respecto a su verdadera posición ante Dios.

¿Cómo podemos explicar una cosa así? ¿Cómo es posible que un individuo pueda estar engañado con respecto al tema de la salvación? Podemos recabar algunas respuestas de este relato sobre Simón el Mago.


Un punto de vista distorsionado del evangelio


En primer lugar, hay que decir que Simón había malinterpretado el propósito u objetivo del evangelio.

Cuando Felipe llegó a Samaria, se encontró con que Simón había estado practicando la hechicería por un gran número de años. La hechicería brota de preocupaciones muy prácticas. Busca ponerse en contacto con los espíritus del reino de los muertos. El propósito de hacer esto es ayudar a los vivos a encontrar respuestas. Por supuesto, es cierto que muchas de estas preguntas tienen que ver con el futuro, pero el propósito detrás de ellas es hacer la vida más cómoda para los vivos. En gran medida, la hechicería es una preocupación por el aquí y el ahora.

En adición a esto, la hechicería había sido el pasaje de Simón hacia el engrandecimiento y el progreso personal. La había utilizado para ganar notoriedad para sí. Antes de que Felipe llegara a escena, la gente de Samaria estaba tan asombrada con los poderes de Simón que decían: ‘Este es el gran poder de Dios’ (v. 10).

Cuando Simón ofreció dinero a Pedro y a Juan, era evidente que toda su perspectiva del evangelio estaba completamente equivocada. Lo había visto como otra manera de asegurar lo mismo que había estado asegurando a través del uso de su magia, como una propuesta limitada exclusivamente para el aquí y el ahora. Era sólo una opción más en el estante del supermercado de ideas para afrontar la vida en este mundo. Para Simón el evangelio era una mercancía que se utiliza para asegurar la comodidad y la felicidad en este mundo.

Por otra parte, Simon vio el don del Espíritu Santo como una mejor vía para obtener la notoriedad y el aplauso de sus conciudadanos. Es evidente que la llegada de Felipe, Pedro y Juan en Samaria había desplazado el foco atención de Simón. Ya no se hallaba en el centro del escenario en Samaria, y anhelaba recuperar el ser el centro de atención una vez más. Podemos decir, por tanto, que Simón veía el Evangelio como un medio para obtener cosas.

Todo esto tiene un sonido muy familiar. La curación del cuerpo, tener dinero en el bolsillo y éxito en los negocios —ésas son tan sólo algunas de las cosas que se nos dice serán nuestras si simplemente aprendemos a practicar ciertos principios cristianos y si tuviéramos suficiente fe.

Aunque la fe cristiana ciertamente produce un efecto transformador maravilloso en este mundo, nunca debemos verla principalmente bajo los términos de este mundo. El evangelio de Cristo trata fundamentalmente con nuestra condición pecaminosa. La Biblia nos dice que somos pecadores por naturaleza y, por esa razón, estamos bajo la condenación justa de Dios. Esa sentencia de condenación ya fue promulgada (Juan 3:18), y la ira de Dios ya está sobre nosotros como una nube de oscuridad (Juan 3:36). Pero alcanzará su expresión máxima y más completa cuando nos encontremos finalmente delante del trono del juicio de Dios. En ese momento seremos separados de Él para siempre y seremos arrojados en lo que el apóstol Pablo llama ‘destrucción eterna’ (2 Tes. 1:8-10).

Esta es la terrible realidad con la que el evangelio tiene que tratar; fue diseñado para ese fin. Y trata con esa realidad por medio de la muerte redentora del Señor Jesucristo. Allí en la cruz Jesús soportó la ira de Dios en lugar de los pecadores. Aquellos que de manera decidida se separan de sus pecados y se arrojan a sí mismos sobre esa muerte redentora no tienen nada que temer. Debido a que Jesús cargó sobre sí la ira de Dios en lugar de ellos, ya no hay más ira contra ellos. La ira de Dios se agota y consume al caer sobre Jesús, y todos los que confían en Él son librados de la misma para siempre.

Desde luego, todo esto nos trae paz y consuelo en esta vida. Sin embargo, eso está muy lejos de significar que la paz y el consuelo en esta vida sea el interés único o primario del evangelio. La verdad es que el evangelio llama a todos los que lo abrazan a llevar su propia cruz, la cruz del servicio al Señor Jesucristo y del sufrimiento por amor de su nombre. Aquellos que piensan que el evangelio es para hacer que la vida sea más fácil y cómoda en este mundo pronto quitarán la cruz y la reemplazarán con un sofá.

Un espíritu que no ha sido humillado


Podemos ir aún más lejos y decir que Simón estaba engañado porque no comprendió el espíritu con que el evangelio debe ser recibido.

El hecho de que ofreció dinero a Pedro y a Juan indica que malinterpretó completamente la naturaleza misericordiosa de los tratos divinos con el hombre. El don de dar el Espíritu Santo por medio de la imposición de manos no era algo que Pedro y Juan habían ganado, merecido o comprado. Fue algo que Dios les dio. Al ofrecer dinero por ese don, Simón estaba atacando el corazón y alma mismos del cristianismo. Lo vio como una transacción, y al hacerlo era como si dejese: ‘Si hago esto, Dios entonces hará aquello’.

Multitud de personas tienen la misma mentalidad de Simón. Vienen a Dios con el sonido de las monedas en sus bolsillos, listos para hacer una oferta que Él no podrá rechazar. Algunos vienen con la moneda de las buenas obras en el bolsillo y dicen: ‘Si llevo una vida buena, Dios tendrá que darme la salvación’. Otros vienen con la moneda de la membresía de la iglesia. Y otros vienen incluso con monedas literales, pensando que si dan una cantidad sustancial de dinero a la iglesia, Dios estará bajo la obligación de salvarles.

No hay escasez de monedas que los hombres están dispuestos a ofrecer a Dios para obtener la salvación, pero no existe ninguna moneda con la que se pueda comprar la salvación. Es un don de Dios (Ef. 2: 8-9), y no hay nada que podamos hacer para ganarlo o merecerlo. La salvación viene, no a los que tienen sus bolsillos llenos de varias monedas, sino a los que ven su pecado y se aperciben de que no tienen la capacidad de lidiar con ese pecado. Esta viene a aquellos que se arrojan a sí mismos totalmente sobre Cristo, y que reconocen que incluso ese acto de echarse a sí mismos sobre Cristo es algo que no puede hacer en y por sí mismas, pero es algo para lo que son capacitados para hacerlo por el Espíritu de Dios.

La salvación viene a aquellos que verdadera y completamente hacen suyas estas palabras tan familiares:


"Aunque sea siempre fiel,
aunque llore sin cesar,
Del pecado no podré
justificación lograr;
Sólo en ti teniendo fe,
deuda tal podré pagar.
Mientras haya de vivir,
y al instante de expirar,
Cuando vaya a responder
en tu augusto tribunal,
Sé mi escondedero fiel,
Roca de la eternidad." 
Augusto Toplady


El poder del pecado quedó intacto


Por último, debemos afirmar que Simón estaba engañado porque el poder del pecado nunca fue roto en su vida. El apóstol Pedro lo dejó claro cuando Simón vino haciendo sonar sus monedas y ofreciendo comprar el don del Espíritu Santo. Pedro respondió diciendo que Simon ‘estaba en hiel de amargura y en prisión de maldad’ (Hechos 8:23).

Esa es la naturaleza trágica del pecado. No es cosa pequeña ni insignificante. Es como un veneno que afecta al hombre completo. Es esclavitud. Sólo el poder de Dios puede expulsar el veneno y liberar de la esclavitud. No podemos hacerlo nosotros mismos. Pero cuando Dios hace esta labor por nosotros, cuando quebranta el poder del pecado en nosotros, la evidencia se mostrará en nuestras vidas. Las acciones de Simon demostraron que aún estaba en las garras del pecado. En estos días es común escuchar que es posible ser verdaderamente salvos y todavía vivir en pecado, que nuestros corazones pueden haber sido limpiados mientras nuestra conducta todavía sigue sucia. Pero esto es una mentira del diablo. Nuestra conducta es un indicador preciso de lo que está en nuestro corazón (Mat. 12: 33-35).

Por esta razón, Simón se encontraba en una grave situación. Había hecho una profesión de fe, pero todavía estaba en sus pecados. Aunque Pedro no minimizó en lo absoluto la gravedad de la condición de Simón, no la consideró como un caso perdido. Si Simón se arrepentía sinceramente, el perdón que se le había escapado sería suyo (Hechos 8:22). La esperanza que Pedro le ofreció a Simon se ofrece a todos hoy. Una profesión vacía de fe puede dar paso a la verdadera fe en Jesús.

* Traducido al español por Salvador Gómez Dickson y publicado en EL SONIDO DE LA VERDAD con el permiso del autor. El contenido es un capítulo de su libro “How to Live in a Dangerous World.”

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