10 mayo, 2016

Serie Matrimonio Cristiano Parte - 6


El matrimonio es un paso de importancia incalculable y nunca debiera tomarse sin la más grande consideración y cautela. Si los deberes de la vida matrimonial son tan numerosos y de tanto peso, y si el cumplimiento correcto de estos al igual que la felicidad de toda nuestra vida… dependen, como necesariamente sucede, en gran medida en la elección que hacemos de un marido o una esposa, entonces procuremos que la razón determine la consideración con que tenemos que contemplar esta unión.
Es obvio que ninguna decisión en toda nuestra existencia terrenal requiere más calma que esta, pero la realidad es que rara vez tal decisión es el resultado de un análisis desapasionado sino que por lo general las ilusiones falsas y las pasiones son las que determinan el rumbo que la pareja toma. Gran parte del sufrimiento y el crimen que flagela a la sociedad es el resultado de matrimonios mal constituidos. Si se permite que la mera pasión sin prudencia o la concupiscencia sin amor guíen la elección de la pareja, es lógico ir al matrimonio erróneamente con consecuencias desastrosas. Con cuánta frecuencia son solo la pasión y la concupiscencia las que se consultan… Si fuera que solo afecta a la pareja casada, sería de menos consecuencia, estaría en juego algo de menos valor. Pero el bienestar de la familia, no solo para este mundo sino también para el venidero, al igual que el bienestar de sus descendientes por incontables generaciones, depende de esta unión. En el ardor de la pasión, son pocos los que están dispuestos a escuchar los consejos de la prudencia. Quizá no haya consejos, hablando en términos generales, que más se descarten que aquellos sobre el tema del matrimonio. La mayoría, especialmente si ya están encariñados con alguien que seleccionaron, aunque no se hayan comprometido de palabra, seguirán adelante cegados por el amor a la persona errada que eligieron… Tratar de razonar en estos casos, es perder el tiempo. Hay que dejarlos para que se hagan sabios de la única manera que algunos adquieren sabiduría: por dolorosa experiencia. Ofrecemos las siguientes exhortaciones a los que todavía no se han comprometido y que están dispuestos a escuchar nuestros consejos.

EN LO QUE A CASARSE SE REFIERE, GUÍATE POR EL CONSEJO DE TUS MAYORES. Tus progenitores no tienen el derecho de elegir tu pareja, ni tú debes elegirla sin consultarles a ellos. Hasta qué punto tienen ellos autoridad de prohibirte casarte con alguien que no aprueban es una cuestión casuística[*], muy difícil de determinar. Si eres mayor de edad y cuentas con los medios para mantenerte a ti mismo o si la persona con quien piensas unirte cuenta con ellos, tus padres solo pueden aconsejarte y tratar de persuadirte. Pero hasta que seas mayor de edad, tienen la autoridad de prohibirte. Es irrespetuoso de tu parte comenzar una relación sentimental sin su conocimiento y de continuarla si te la prohíben. Admito que sus objeciones siempre debieran basarse en razones válidas, no en caprichos, orgullo o codicia. Cuando este es el caso y los hijos, siendo mayores de edad, actúan con prudencia, devoción y amor, de hecho tienen que dejarlos que tomen sus propias decisiones.
No obstante, donde las objeciones de los padres tienen un buen fundamento y muestran clara y palpablemente razones para prohibir una relación, es el deber incuestionable de los hijos y especialmente las hijas, renunciar a ella. La unión en oposición a las objeciones de un padre o madre discreto raramente es una feliz. La copa agria se hace aún más agria por la recriminación propia. ¡Cuántas desgracias de este tipo hemos visto! ¡Cuántas señales hay, si al menos los jóvenes les hicieran caso, para advertirles contra la necedad de ceder al impulso de un amor imprudente y seguir adelante con él a pesar de los consejos, las protestas y la prohibición de sus padres! Rara vez resulta esa relación en otra cosa que no sea infelicidad, la cual los padres ya habían previsto desde el principio. Dios parece emitir su juicio y apoyar la autoridad de los padres confirmando el desagrado de ellos con el suyo propio.

EL MATRIMONIO DEBE, EN TODOS LOS CASOS, BASARSE EN EL AMOR MUTUO. Si no hay amor antes del matrimonio, no se puede esperar que lo haya después. Los enamorados, que se supone deben estarlo todos los que esperan con anticipación esta unión, si no tienen amor[**], no pueden esperar ser felices. En este caso, la frialdad de la indiferencia muy posiblemente se convierta pronto en antipatía. Tiene que haber un sentimiento personal de querer estar unidos. Si hubiera algo, aun exteriormente, que produce disgusto, la voz de la naturaleza misma hasta prohíbe anunciar el compromiso matrimonial. No digo que la belleza física o la elegancia sea necesaria. A menudo ha existido un fuerte amor sin estas. No me corresponde determinar que es absolutamente imposible amar a alguien que tenga una deformidad. Pero ciertamente no nos debemos unir con alguien así a menos que podamos amarlo o por lo menos estar tan enamorados de sus cualidades mentales, que su físico deja de tener importancia ante la hermosura de su mente, corazón y manera de ser. En suma, lo que argumento es que proceder a casarse a pesar de una antipatía y revulsión es irracional, vil y pecaminoso.
El amor debe incluir la mente tanto como el cuerpo. Porque estar enamorado con alguien sencillamente por su belleza es enamorarse de una muñeca, o una estatua o una foto. Tal enamoramiento es concupiscencia o una quimera, pero no un afecto racional. Si amamos el físico, pero no amamos la mente, el corazón y la manera de ser de la persona, nuestros sentimientos se basan en la parte inferior de ella, y por lo tanto, algo que para el año próximo puede cambiar totalmente. Nada se desvanece con más rapidez que la belleza. Es como el pimpollo delicado de una fruta atractiva que, si no tiene buen sabor, es arrojado con disgusto por la misma mano que lo arrancó. Dice un proverbio que los encantos de la mente aumentan al ir conociendo mejor a alguien, mientras que los encantos exteriores van menguando. Mientras lo primero nos lleva a aceptar un aspecto poco agraciado, lo segundo incita, por contraste, una aversión por lo insulso, la ignorancia y falta de corazón que ha resultado su unión, que es como una flor sin aroma que crece en el desierto. En lugar de jugarnos nuestra felicidad juntando estas malezas florecientes y poniéndolas en nuestro regazo, preguntémonos cómo se verán dentro de algunos años o cómo adornarán y bendecirán nuestro hogar. Preguntémonos: ¿Acompañará a este semblante una comprensión que le haga apto/a para ser mi compañero/a e instructor/a de mis hijos? ¿Tendrá la paciencia para tolerar mis debilidades, amablemente consultar mis gustos y con afecto procurar mi confort? ¿Me complacerá su manera de ser en privado al igual que en público? ¿Harán sus costumbres que mi hogar sea placentero para mí y mis amigos? Tenemos que analizar estas cuestiones y controlar nuestra pasión para poder razonar pragmáticamente y formarnos un criterio inteligente.
Este pues, es el amor sobre el cual ha de basarse el matrimonio: amor por la persona integral, amor por la mente, el corazón y su manera de ser al igual que por su aspecto exterior, amor acompañado de respeto. Solo este cariño es el que puede sobrevivir la fascinación de lo novedoso, los estragos de las enfermedades y del tiempo. Solo este puede mantener la ternura y exquisitez del estado conyugal de por vida, como fue la intención de aquel que instituyó la unión matrimonial: que fuera de ayuda y confort mutuo.
¿Qué palabras hay, que sean suficientemente fuertes y expresen la indignación con que rechazamos esos compromisos, tan indignos y no obstante tan comunes, por los que el matrimonio se convierte en una especulación monetaria, un negocio, una cuestión meramente de dinero?… Los jóvenes mismos deben tener muchísimo cuidado de no dejar que las persuasiones de otros, ni un impulso de su propia concupiscencia, ninguna ansiedad por ser independientes, ninguna ambición de esplendor secular, los lleve a una relación que no sea por puro y virtuoso amor. ¿De qué valen una casa grande, muebles hermosos y adornos costosos si no hay amor conyugal? “¿Es por estas chucherías, estos juguetes?”, exclama al despertar el corazón atribulado demasiado tarde en medio de alguna triste escena de infelicidad doméstica. “¿Es para esto que me he vendido y he vendido mi felicidad, mi honor?”
¡Ah, hay en el afecto puro y mutuo una dulzura, un encanto y un poder para complacer, aunque sea en la más humilde de las viviendas, mantenido en medio de la pobreza teniendo que lidiar con muchas dificultades! Comparado con esto, la elegancia y brillantez de un palacio oriental no son más que una de las enramadas del Huerto de Edén…

EL MATRIMONIO DEBE CONTRAERSE CON LA MAYOR PRUDENCIA… Los matrimonios imprudentes, como ya hemos considerado, tienen malas y muy extensas consecuencias y también pasan esas consecuencias a la posteridad. Contamos con la comprensión para controlar nuestras pasiones e ilusiones falsas. Aquel que, en un asunto de tanta consecuencia como lo es elegir un compañero de por vida, deja a un lado lo primero y escucha solo la voz de lo segundo, ha renunciado al carácter de un ser racional para dejarse gobernar totalmente por los apetitos carnales. La prudencia previene mucha de la infelicidad humana cuando permitimos que nos guíe.
En este sentido, la prudencia no deja que nadie se case hasta tener un medio de vida seguro. Me resulta obvio que la presente generación de jóvenes no se distingue por su discreción en este aspecto. Muchos tienen mucho apuro por contraer matrimonio y ser cabeza de familia antes de tener con qué mantenerla. En cuanto llegan a la mayoría de edad, si tienen trabajo o no, antes de haberse asegurado que su trabajo sea un éxito, buscan esposa y hacen una elección apurada y quizá insensata. Los hijos comienzan a llegar antes de tener los medios adecuados para mantenerlos… Los jóvenes tienen que razonar y contemplar el futuro. Si no lo hacen, y en cambio se precipitan a tener que enfrentar los gastos del hogar antes de tener los recursos para hacerlo, a pesar del canto de la sirena que son sus ilusiones, presten atención a la voz de advertencia o prepárense para comer las hierbas amargas de inútiles lamentos…
“Se ha dicho que nadie yerra en este sentido tanto como los pastores. ¡Cómo puede ser! Es difícil imaginar que aquellos cuyo deber es inculcar prudencia sean ellos mismos conocidos por su indiscreción… El pastor quien debe recomendar prolijidad en todos los aspectos de la vida, ¡cómo se va a casar con una mujer sucia y desprolija! El pastor quien debe demostrar un espíritu humilde y tranquilo preciado ante los ojos de Dios, ¡cómo se va a casar entonces con una mujer que regaña y critica constantemente! El pastor quien debe tener la misma relación con toda su congregación por igual, a quien le debe su amor y su servicio, ¡cómo se va a casar entonces con una mujer que se apega a unas pocas amigas, escucha sus secretos y divulga los propios, y se limita a relaciones dentro de un grupito seleccionado y exclusivo de sus preferidos, lo cual haría que su pastorado fuera insoportable o motivo de despido!.
A mis hermanos en el ministerio recomiendo, y lo recomiendo con tanta seriedad que no tengo palabras suficientemente enfáticas para expresarla, que tengan gran cautela en este asunto tan delicado e importante. En su caso, los efectos de un matrimonio imprudente se sienten en la iglesia del Dios viviente…

EL MATRIMONIO SIEMPRE DEBE CONTRAERSE SIGUIENDO LOS DICTADOS DE LA RELIGIÓN. La persona devota no debiera casarse con alguien que no sea también devota. No es conveniente unirse a un individuo, aun de una denominación distinta, cuando cada uno, obedeciendo a su conciencia, asiste a su propia iglesia. No es bueno separarse los domingos por la mañana para ir uno a un templo y el otro a otro. La caminata más deliciosa que una pareja consagrada puede hacer es ir juntos a la casa de Dios y conversar sobre los temas importantes de la redención y las realidades invisibles de la eternidad. Nadie quiere perderse esto voluntariamente… No obstante, si el interés de la pareja fuera lo único en juego, sería una cuestión de menos consecuencia. Pero es una cuestión de conciencia y un asunto en el cual no tenemos opción. “Libre es para casarse con quien quiera”, dice el Apóstol refiriéndose a las viudas, “con tal que sea en el Señor” (1 Cor. 7:39).
Ahora bien, aunque esto fue dicho con referencia a una mujer, toda la Ley se aplica con la misma fuerza al otro sexo. Esto es no solo un consejo, sino una ley. Es tan inapelable como cualquier otra ley que encontramos en la Palabra de Dios. El modo imprevisto como ocurre este mandamiento judicial es… la confirmación más fuerte de que la regla es para todos los casos donde se contempla el matrimonio y donde no ha habido un compromiso matrimonial antes de la conversión. En cuanto al otro pasaje, donde el Apóstol nos ordena a no unirnos “en yugo desigual con los incrédulos” (2 Cor. 6:14), no se aplica al matrimonio excepto por inferencia, sino a la comunión en la iglesia o más bien las asociaciones y conductas en general que no deben formar los cristianos con los inconversos. Pero si esto es incorrecto en otras esferas, ¡cuánto más lo es en esa relación que ejerce una influencia sobre nuestra personalidad al igual que nuestra felicidad! El que un cristiano, entonces, contraiga matrimonio con alguien que decidida y evidentemente no es creyente, es algo directamente opuesto a la Palabra de Dios…Tener gustos distintos en cuestiones secundarias es un obstáculo para la armonía doméstica. Entonces, las diferencias de opiniones en lo que respecta al importantísimo tema de la religión es un peligro, no solo para la armonía sino también es una imprudencia que el cristiano ni siquiera debiera considerar. ¿Cómo pueden lograrse los altos ideales de la familia donde uno de los padres no cuenta con las calificaciones necesarias para lograrlos? ¿Cómo puede llevarse a cabo la educación religiosa y los hijos ser formados en el conocimiento y la admonición del Señor? En lo que respecta a la ayuda individual y personal en cuestiones religiosas, ¿acaso no queremos ayudas en lugar de obstáculos? El cristiano debe doblegar todo a la religión, y no dejar que la religión se doblegue a nada. Esto es lo primordial, a lo cual todo ha de subordinarse…Me temo que el descuido de esta regla clara y razonable se está haciendo más y más común…En el excelente tratado que publicó el Sr. Jay… hace él los siguientes comentarios acertados e importantes. “Estoy convencido de que se debe a lo prevalente de estas relaciones indiscriminadas y no consagradas, que nos hemos distanciado erradamente de aquellos hombres de Dios que nos precedieron en nuestro aislamiento del mundo, en la simplicidad de nuestra manera de ser, en la uniformidad de nuestra profesión de fe, en el cumplimiento del culto familiar y en la formación de nuestros hijos en el conocimiento y la admonición del Señor” (William Jay, 1769-1853).
Nadie debe contemplar la posibilidad de una relación como el matrimonio sin la mayor y más profunda consideración, ni sin las oraciones más serias a Dios pidiendo su dirección. Pero las oraciones, para ser aceptables ante el Altísimo, tienen que ser sinceras y elevadas con un verdadero anhelo de conocer y hacer su voluntad. Creo que muchos actúan con la Deidad como lo hacen con sus amigos: toman sus decisiones y luego piden orientación. Tienen algunas dudas, y a menudo, fuertes, acerca de que si el paso que están por tomar es el correcto, pero estas se van disipando gradualmente con sus oraciones por las que ellos mismos se van convenciendo de que su decisión es la apropiada, decisión que, de hecho, ya habían tomado. Orar por algo que ya sabemos es contrario a la Palabra de Dios y que ya hemos resuelto hacer, es agregar hipocresía a la rebelión. Si hay razón para creer que el individuo que pide casamiento a una creyente no es verdaderamente devoto, ¿para qué va a orar ella pidiendo dirección? Esto es pedirle al Todopoderoso que le permita hacer aquello que él ya ha prohibido hacer.
No hay palabras para deplorar lo suficiente el hecho de que por lo general toda preparación apropiada para el matrimonio se deja a un lado y en cambio toda la atención se da a vanidades que de hecho no son más que polvo en la balanza del destino conyugal. Todo pensamiento, sentido de anticipación y ansiedad son absorbidos con demasiada frecuencia por la elección de una casa y los muebles, y por cuestiones aún más insignificantes y frívolas. Qué común es que la mujer pase horas, día tras día y semana tras semana, en comunión con su modista, decidiendo y discutiendo colores, estilos y telas en que aparecerá en esplendor nupcial, cuando debiera emplear todo ese tiempo en reflexionar sobre el paso crucial que decidirá su destino y el de su futuro esposo; como si la gran finalidad fuera ser una novia esplendorosa y a la moda, en lugar de ser una esposa buena y feliz…
“Estudia”, dice un viejo autor, “los deberes del matrimonio antes de casarte. Hay cruces que cargar, trampas que evitar y múltiples obligaciones que cumplir al igual que gran felicidad que disfrutar. ¿Y acaso no hay que estar seguro de las previsiones para el futuro? No hacerlo resulta en los frecuentes desencantos de este estado respetable. De allí ese arrepentimiento que viene demasiado pronto y a la vez demasiado tarde. El esposo no sabe cómo liderar y la esposa no sabe cómo obedecer. Ambos son ignorantes, ambos engreídos y ambos infelices”.
RECONÓCELO EN TODOS TUS CAMINOS, Y ÉL ENDEREZARÁ TUS VEREDAS (Prov. 3:6).

  • [*] casuística – la aplicación de reglas y principios a preguntas sobre lo bueno y lo malo.
  • [**amor – el amor bíblico ágape puede definirse como un acto de la voluntad para entregarse uno incondicionalmente a otro. Este amor genera los mejores sentimientos.


Tomado de A Help to Domestic Happiness reimpreso por Soli Deo Gloria.
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Referencias


Puedes encontrar mas materiales para descargar en formato Pdf en la página del ministerio Chapel Library: 
www.chapellibrary.org/spanish/

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