22 mayo, 2017

LA OBEDIENCIA HUMILDE, VERDADERA IMITACIÓN DE CRISTO - Juan Calvino


La Escritura es la regla de la vida

  1. La meta de la nueva vida en Cristo es que los hijos de Dios exhiban la "melodía y armonía" de Dios en su conducta. ¿Qué melodía? La canción del Dios de justicia. ¿Qué armonía? La armonía entre la justicia de Dios y nuestra obediencia. Únicamente andando en la maravillosa ley de Dios podemos estar seguros de nuestra adopción como hijos del Padre. La ley de Dios contiene en sí misma la dinámica de la nueva vida por medio de la cual Dios restaura Su imagen en nosotros; pero por naturaleza somos perezosos y negligentes, por lo cual necesitamos la ayuda y el estímulo de un principio que nos guíe en nuestros esfuerzos. Un sincero arrepentimiento de corazón no garantiza que no nos desviemos del camino recto. Es más, muchas veces nos encontramos perplejos y desconcertados. Busquemos, pues, en la Escritura el principio fundamental para reformar y encauzar nuestra vida. 
  2. La Escritura contiene un gran número de exhortaciones, y para tratarlas todas necesitaríamos un gran volumen. Los padres de la iglesia han escrito grandes obras sobre las virtudes que son necesarias en la vida cristiana. Son escritos de un significado tan valioso que ni los eruditos más hábiles podrían agotar las profundidades de una sola virtud. Sin embargo, para una devoción pura, no es necesario leer las excelentes obras de los padres de la iglesia, sino solamente entender la regla básica de la Biblia'. 
  3. Nadie debería sacar la conclusión de que la brevedad de un tratado sobre la conducta cristiana hace que los escritos elaborados de otras personas sean superfluos, o que su filosofía no tenga valor. Sin embargo, los filósofos están acostumbrados a hablar de los principios generales y de reglas específicas, pero la Escritura tiene un orden propio. Los filósofos son ambiciosos y, por consiguiente, apuntan a una exquisita claridad y una hábil ingenuidad; pero la Escritura tiene una hermosa precisión y una certeza que sobrepasa a todos los filósofos. Los filósofos a menudo hacen unas demostraciones conmovedoras, pero el Espíritu Santo tiene un método diferente (directo, sencillo y entendible), el cual no debe ser subestimado? 

La santidad es el principio clave

  1. El plan de las Escrituras para la vida de un cristiano es doble. Primero, que seamos instruidos en la ley para amar la rectitud, 'porque por naturaleza no estamos inclinados a hacerlo; segundo, que aprendamos unas reglas sencillas pero importantes, de modo que no desfallezcamos ni nos debilitemos en nuestro camino. De las muchas recomendaciones excelentes que hace la Escritura, no hay ninguna mejor que este principio: "Sed santos, porque yo soy santo." Cuando andábamos esparcidos como ovejas sin pastor, y perdidos en el laberinto del mundo, Cristo nos llamó y nos reunió para que pudiésemos volver a Él. 
  2. Al oír cualquier mención de nuestra unión mística con Cristo, deberíamos recordar que el único medio para lograrla es la santidad. La santidad no es un mérito por medio del cual podamos obtener la comunión con Dios, sino un don de Cristo, el cual nos capacita para estar unidos a Él y a seguirle. Es la propia gloria de Dios que no puede tener nada que ver con la iniquidad y la impureza; por lo tanto, si queremos prestar atención a Su invitación, es imprescindible que tengamos este principio siempre presente. Si en el transcurso de nuestra vida cristiana queremos seguir adheridos a los principios mundanos, ¿para qué, entonces, fuimos rescatados de la iniquidad y la contaminación de este mundo? Si deseamos pertenecer a Su pueblo, la santidad del Señor nos amonesta a que vivamos en la Jerusalén santa de Dios. Jerusalén es una tierra santa, por lo tanto no puede ser profanada por habitantes de conducta impura. El salmista dice: "Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón." El santuario del Santísimo debe mantenerse inmaculado. Ver Lev. 19:2, I Pedro 1:16, Isaías 35:10, Salmos 15:1-2 & 24:3 —4. 


La Santidad significa obediencia total a Cristo 

  1. La escritura no enseña solamente el principio de la santidad, sino que también nos dice que Cristo es el camino a este principio. Puesto que el Padre nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo, nos ordena que seamos conformados a su imagen. A aquellos que piensan que los filósofos tienen un sistema mejor de conducta, les pediría que nos muestren un plan más excelente que obedecer y seguir a Cristo. La virtud más sublime de acuerdo a los filósofos es vivir la vida de la naturaleza, pero la Escritura nos enseña a Cristo como nuestro modelo y ejemplo perfecto. Deberíamos exhibir el carácter de Cristo en nuestras vidas, pues ¿qué puede ser más efectivo para nuestro testimonio y de más valor para nosotros mismos? 
  2. El Señor nos ha adoptado para que seamos Sus hijos bajo la condición de que revelemos una imitación de Cristo, quien es el Mediador de nuestra adopción. A menos que nos consagremos devota y ardientemente a la justicia de Cristo, no sólo nos alejaremos de nuestro Creador, sino que también estaremos renunciando voluntariamente a nuestro Salvador. 
  3. La Escritura acompaña su exhortación con las promesas sobre las incontables bendiciones de Dios y el hecho eterno y consumado de nuestra salvación. Por lo tanto, puesto que Dios se ha revelado a sí mismo como un Padre, si no nos comportamos como Sus hijos somos culpables de la ingratitud más despreciable. Puesto que Cristo nos ha unido a Su cuerpo como miembros, deberíamos desear fervientemente no desagradarle en nada. Cristo, nuestra Cabeza, ha ascendido a los cielos; por lo tanto deberíamos desear fervientemente no desagradarle en nada. Cristo, nuestra cabeza, ha ascendido a los cielos; por lo tanto deberíamos dejar atrás los deseos de la carne y elevar nuestros corazones a Él. Puesto que el Espíritu Santo nos ha dedicado como templos de Dios, propongámonos en nuestro corazón no profanar Su santuario, sino manifestar Su gloria. Tanto nuestra alma como nuestro cuerpo están destinados para heredar una corona incorruptible. Debemos, entonces, mantener ambos puros y sin mancha hasta el día de nuestro Señor. Éstos son los mejores fundamentos para un código correcto de conducta. Los filósofos nunca se elevan por sobre la dignidad natural del hombre, pero la Escritura nos señala a nuestro Salvador, sin mancha, Cristo Jesús. Ver Rom. 6:4; 8:29. 


No es suficiente una cristiandad externa

  1. Preguntemos a aquellos que no poseen nada más que la membrecía de una iglesia, y que a pesar de ello desean llamarse cristianos, ¿cómo pueden glorificar el sagrado nombre de Cristo? Únicamente aquel que ha recibido el verdadero conocimiento de Dios por medio de la Palabra del Evangelio puede llegar a tener comunión con Cristo. El apóstol dice que nadie que no ha puesto de lado la vieja naturaleza con su corrupción y sus concupiscencias puede decir que ha recibido el verdadero conocimiento de Cristo. El conocimiento externo de Cristo es sólo una creencia peligrosa, no importa lo elocuentes que puedan ser las personas que lo tienen. 
  2. El evangelio no es una doctrina de la lengua, sino de vida. No puede asimilarse solamente pa medio de la razón y la memoria, sino que llega a comprenderse de forma total cuando posee toda el alma y penetra en lo profundo del corazón. Los cristianos nominales deben cesar en su actitud de insultar a Dios jactándose de ser aquello que no es. Debemos asignar un primer lugar al conocimiento de nuestra fe, pues éste es el principio de nuestra salvación. A menos que nuestra fe o religión cambie nuestro corazón y nuestra actitud y nos transforme, además, en nuevas criaturas, no nos será de mucho provecho. 
  3. Lo filósofos condenan justamente y excluyen de su compañía a todos aquellos que profesan conocer el arte de vivir la vida, pero que en realidad no son sino niños balbucientes. Con mucha más razón 'los cristianos deberían detestar a aquellos que tienen el evangelio en sus labios pero no en sus corazones. Si se comparan con las convicciones, los afectos y la energía sin límites de los verdaderos creyentes, las ex-hortaciones de los filósofos son frías y sin vida. Ver Efes. 4:20 y ss. 

Es necesario el progreso espiritual 

  1. No debemos insistir en una perfección absoluta del evangelio en nuestros compañeros cristianos por más que luchemos por conseguirla nosotros mismos. Seria injusto demandar una perfección evangélica antes de que sepamos si una persona es un verdadero cristiano. Si pusiéramos una norma de perfección total para los cristianos, no podría existir ninguna iglesia, puesto que todos distamos mucho de ser el verdadero cristiano ideal. Además, tendríamos que rechazar a muchos que sólo pueden hacer un lento progreso. 
  2. La perfección debe ser la meta final a la cual dirigimos, y el propósito supremo en nuestras vidas. No es justo que hagamos un compromiso con Dios en el que tratemos de cumplir parte de nuestras obligaciones y omitamos otras según nuestro gusto y antojo. Antes que todo, el Señor desea sinceridad en Su servicio y sencillez de corazón, sin engaño ni falsedad. Una dualidad de mente está en conflicto con la vida espiritual, puesto que ésta implica una devoción sincera a Dios en la búsqueda de la santidad y la rectitud. Nadie en esta prisión terrenal del cuerpo tiene suficientes fuerzas propias como para seguir adelante con una constante vigilancia y desvelo. Además, la gran mayoría de los cristianos padecen de una debilidad tal, que se desvían o se detienen" en su progreso espiritual, haciendo, en consecuencia, avances muy lentos y escasos. 
  3. Dejemos que cada uno proceda de acuerdo a la habilidad que le ha sido dada y continúe así el peregrinaje que ha empezado. No hay hombre tan infeliz e inepto que de tanto en tanto no haga un pequeño progreso. No cesemos de hacer todo lo posible para ir incesantemente hacia adelante en el camino del Señor; y no desesperemos a causa de lo escaso de nuestros logros. Aunque no lleguemos al nivel espiritual que esperamos o deseamos, nuestra labor no está pérdida si es que el día de hoy sobrepasa en calidad espiritual al de ayer. 
  4. La única condición para el verdadero progreso espiritual es que permanezcamos sinceros y humildes. Mantengamos en mente nuestra meta final y vayamos hacia ella con toda nuestra voluntad. No caigamos en el orgullo ni nos entreguemos a pasiones pecaminosas. Ejercitémonos con diligencia para alcanzar una norma más alta de sanidad, hasta que hayamos llegado a lo mejor de nuestra calidad espiritual, en la que debemos persistir a lo largo de toda nuestra vida. Únicamente lograremos la perfección absoluta cuando, liberados ya de este cuerpo corruptible, seamos admitidos por Dios en Su Presencia. 

Referencias:

El libro de oro de la verdadera vida cristiana - Juan Calvino, Capitulo 1

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