11 abril, 2016

¿POR QUÉ NECESITAMOS UNA CONFESIÓN DE FE? por Sugel Michelen




Durante varios días he venido posteando algunas entradas acerca de la historia de los bautistas, concluyendo en el artículo de ayer con una reseña breve de la Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689, la Confesión de muchas iglesias bautistas alrededor del mundo.


Como sé que para muchos esta Confesión es desconocida, y que muchos creyentes cuestionan la necesidad de que una iglesia posea una Confesión de Fe, me he propuesto postear en los próximos días algunas entradas sobre este documento histórico que ha jugado un papel tan importante en las iglesias bautistas por más de 300 años, comenzando precisamente con la importancia de tener una Confesión.


¿Acaso no es suficiente decir “Yo creo en la Biblia”? ¿Por qué necesitamos una confesión de fe?



Es necesaria para promover la unidad de la iglesia.



Como bien señala Douglas MacMillan: “La unidad no comienza a nivel de estructura y de organización. Esta comienza más bien, con un compromiso de corazón a la verdad revelada por Cristo”.



¿Cuándo podemos decir que una iglesia está unificada? Cuando todos los miembros que la componen tienen un compromiso de corazón a la verdad revelada por Cristo. ¿Por qué? Porque es la verdad la que nos une. “¿Andarán dos juntos si no están de acuerdo?”, pregunta el profeta Amós (3:3); la respuesta obvia es: ¡Por supuesto que no!

No podemos tener unidad con personas que niegan la inspiración de la Escritura, o la divinidad de Cristo, o la salvación por la fe. La verdad es esencial para que haya unidad. Por tanto, es necesario para promover la unidad que podamos declarar en una forma precisa y ordenada, qué nosotros creemos que la Biblia enseña acerca de los temas más importantes. Decir “yo creo en la Biblia” no es suficiente.

Un escritor afirmó en una ocasión lo siguiente: “Para arribar a la verdad debemos deshacernos de los prejuicios religiosos. Debemos dejar que sea Dios quien hable. Nuestra apelación es a la Biblia para obtener la verdad”.

Esa frase suena bien, y no tiene nada de malo en sí misma; sin embargo, esta declaración aparece en el libro “Sea Dios Veraz” de los Testigos de Jehová. Cuando preguntamos a un miembro de esta secta herética: ¿Qué tú crees acerca de Jesucristo, o del infierno, o de la salvación? Entonces veremos que él no cree lo que nosotros creemos.

Cuando en el siglo IV surgió la enseñanza de Arrio negando la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, fue necesario que la iglesia redactara un documento sobre su posición al respecto. Y así surgió el famoso credo Niceno. En ese sentido las herejías que surgieron al principio de la historia de la iglesia obraron para bien, porque obligaron a la iglesia a definir lo que ellos creían.

Permítanme ilustrarlo con esta historia que escuché hace unos años. Supongamos que un individuo ha comprado una casa en un sitio muy seguro, tan seguro que él ha decidido no ponerle verjas alrededor de su terreno. Pero un día alguien compra el terreno colindante, y ahora dice que hay un metro de su terreno que en realidad no le pertenece. ¿Qué debe hacer el individuo de nuestra historia? Ir a Catastro, buscar su título de propiedad y establecer claramente los límites de su terreno.

Algo similar ocurrió con la iglesia primitiva. Ellos creían en la inspiración de las Escrituras, y que Cristo era Dios hecho hombre. Pero no se molestaron en definir con precisión estas doctrinas hasta que se sintieron amenazados por las herejías.

Una iglesia puede tener una estructura externa unificada, pero si los miembros que están en ella mantienen opiniones distintas respecto a los asuntos esenciales de la fe cristiana, tal iglesia en realidad está dividida.

Es necesaria para la proclamación y defensa de la Verdad. 

La Escritura nos dice que la iglesia tiene la responsabilidad de proclamar y defender la verdad (1Tim. 3:14-15). Y para ello es necesario que defina con precisión lo que cree acerca de las doctrinas más importantes. Por eso Pablo encomendó a Timoteo: “retén la forma (la palabra griega significa 'boceto', 'prototipo'; Calvino dice que significa adherirse a la doctrina aprendida, no solo en sustancia, sino también en forma) de las sanas palabras que de mí oíste...” (2Tim. 1:13; comp. Judas 3; Fil. 1:27).

La confesión de fe es una declaración pública acerca de nuestra fe. De ese modo los demás pueden saber dónde estamos, y nosotros podemos saber dónde están ellos.

Es necesaria para el mantenimiento del orden en la iglesia.

¿Cómo podremos mantener el orden dentro de la iglesia si no podemos definir lo que creemos? Una persona puede venir a nosotros, y afirmar que desea ser miembro de nuestra iglesia. Pero, ¿cómo podemos juzgar si la fe de esa persona es de acuerdo a la nuestra si no poseemos ninguna declaración escrita de nuestras doctrinas?

O ¿cómo podría esa persona juzgar si nuestra iglesia es doctrinalmente apropiada para ella si no podemos declarar en una forma precisa y ordenada qué es lo que nosotros creemos?

Hablar acerca del amor y la unidad suena políticamente correcto, pero ¿cómo podríamos trabajar juntamente con personas que niegan la soberanía de Dios en la salvación? ¿O con pelagianos, que niegan la total depravación del hombre? ¿O con unitarios, que niegan la trinidad? ¿Cómo puede una iglesia caminar hacia una misma meta, o tener una misma mente y un mismo corazón cuando los miembros están divididos en cuanto a aspectos tan esenciales de la fe? (comp. 1Cor. 1:10).

Como alguien dijo una vez: “Una iglesia que carezca de una confesión de fe tiene algo así como un SIDA teológico”. Una iglesia que no posea una confesión de fe doctrinal tiene un síndrome de inmunodeficiencia teológica. No podrá luchar contra todos los errores que nos circundan.

Escuchen las palabras de Pablo en Rom. 16:17: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”. Pero ¿cómo podremos nosotros cumplir ese mandato si no tenemos una idea clara y precisa de lo que creemos?

Es necesaria para evaluar a los ministros de la Palabra. 

La Escritura nos dice que los ministros de la Palabra deben ser fieles a la enseñanza apostólica (comp. 2Tim. 2:2; 3:10; Tito 1:9). También se nos manda evaluar la sanidad de los maestros que vienen a nosotros (1Jn. 4). Es una irresponsabilidad que un pastor permita que un hombre enseñe a su congregación si no está seguro de lo que ese hombre va a predicar a la iglesia.

Pero si nosotros no sabemos lo que creemos, ¿cómo podremos evaluar al que nos va a traer la Palabra? ¿Cómo podemos estar seguros que ese hombre no va a decir algo en el púlpito que afecte la vida y el alma de nuestros hermanos?

El Señor alabó a la iglesia de Éfeso por el cuidado que tenían en ese sentido (Ap. 2:2). Esta iglesia no dejaba que cualquier persona enseñara. Y nuestro Señor vio ese cuidado con buenos ojos.

Es necesaria para darnos un sentido de continuidad histórica.

¿Cómo podremos saber si nosotros no somos una especie de anomalía histórica? Nuestra confesión de fe fue escrita hace más de 300 años, y ésta a su vez es el testimonio general que la iglesia de Cristo ha mantenido durante todos los siglos que nos han precedido como una sana expresión de la fe.

La Iglesia de Cristo tiene 20 siglos de historia y nosotros no podemos desligarnos de ese pasado. Hay dos características primordiales que distinguen a una secta: hacen hincapié en algunos puntos distintivos por encima de todo el consejo de Dios; y en segundo lugar, claman ser los descubridores de una verdad que la Iglesia nunca había visto en el pasado.

Por eso las sectas son alérgicas al estudio de la historia de la Iglesia y a las Confesiones de Fe históricas. Debemos sospechar de todo ministerio que clame haber descubierto algo que nadie vio en 20 siglos de cristianismo.

No es que una doctrina tiene que ser verdadera por ser antigua. No. Una doctrina es verdadera sólo si es la enseñanza de la infalible Palabra de Dios. Pero debemos tomar en consideración que el Espíritu Santo no comenzó a guiar a los cristianos en el siglo XX. Tenemos un largo pasado que debemos conocer.

Eso de ningún modo elimina la necesidad de nuestro propio quehacer teológico, porque es indudable que la Iglesia de cada generación tiene que enfrentar sus propias luchas y retos. Pero al hacerlo, debemos cuidarnos de no echar por la borda la labor de 20 siglos de historia.

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Referencias


1. ↑ Publicado originalmente en http://todopensamientocautivo.blogspot.com/



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