08 abril, 2016

Envidia, Celos y Pecados Similares Parte II

Pecados Respetables: Envidia, Celos y Pecados Similares Parte II

Como estudiamos en la lección anterior, la envidia es el dolor que sentimos, y que a veces va acompañado de resentimiento, por las ventajas que otra persona tiene. Nos gustaría tener las mismas oportunidades, lo cual nos lleva a la codicia. Lo que resentimos es que esa persona obtenga algo que nosotros no tenemos.
CELOS
Muy relacionado con la envidia está el pecado de los celos que se definen como intolerancia a la rivalidad.
COMPETITIVIDAD
Relacionado con la envidia y los celos está el espíritu de competitividad. Es decir, el afán que algunos tienen por ser el que gana siempre o el más importante en cualquier campo en el que esté. La competitividad comienza a una edad temprana en la vida. Los niños pueden enojarse o molestarse cuando no ganan un simple juego infantil. Pero no solo los niños tienen ese problema. Hay hombres adultos que en algunas áreas son cristianos ejemplares, pero pierden la cabeza cuando su equipo o el de su hijo son derrotados en un juego. La competitividad es básicamente una expresión de egoísmo. Es la necesidad de ganar sin importar el costo. Ciertamente no es una actitud que refleje que amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Muchas veces, hemos elevado la competitividad a la altura de una virtud. Enseñamos a nuestros hijos, de manera directa o por el ejemplo, que es bueno ser competitivo, ya que es la manera en que podemos conquistar al mundo.
No obstante, me pregunto si el espíritu de competitividad es una virtud cristiana. Creo que el énfasis de la Biblia está en hacer lo mejor que podemos (II Timoteo 2:15). Debemos realizar nuestro trabajo con alegría (Colosenses 3:23) que, dicho de otra forma es hacerlo de la mejor manera. Es evidente que “lo mejor” no siempre es igual para toda la gente. Algunos han recibido la bendición de tener más habilidad, inteligencia o dones espirituales. Alguien podría argumentar que Pablo avaló tácitamente la competitividad en I Corintios 9:24. Pero la analogía termina cuando el Apóstol menciona el premio. En una carrera solamente un corredor gana y recibe el premio. En la vida cristiana, todos podemos recibir el premio. Permítame aclarar que no estoy escribiendo contra la competencia amistosa, sino contra el espíritu competitivo que siempre quiere ganar o ser el mejor. Pero cualquier sea la competencia, la pregunta que el niño, adolescente o sus padres deben hacerse no es “¿ganamos?”, sino: “¿hicimos lo mejor que pudimos?”.
Ahora bien, usted puede ver que hay una relación íntima entre la envidia, los celos y la competitividad. Tendemos a envidiar al compañero que nos ha aventajado en un área que es importante para nosotros. Estamos celosos de la persona que nos supera. Y estos dos promueven un espíritu de competencia que dice: “Yo debo ganar siempre o ser el número uno en todo”.
CONTROL
La envidia, los celos y la competitividad pueden catalogarse bajo una sola palabra: rivalidad. En vez de vernos unos a otros como miembros del cuerpo de Cristo, fácilmente podemos adoptar la actitud de considerarnos rivales que debemos competir contra los demás. Hay un pecado sutil más que podemos incluir en este grupo y es de querer controlar a los demás para nuestro beneficio o para obtener lo que queremos. En las relaciones interpersonales siempre hay uno que tiene una personalidad fuerte o dominante. Si no tiene cuidado, puede ser el que controle la relación. Con frecuencia uno quiere tomar todas las decisiones y se enoja si no se hace lo que él dice. En vez de someterse a los demás (Efesios 5:21), tiene una necesidad imperiosa de controlarlos. Claramente, esto surge del egoísmo. La dificultad para reconocer este pecado es que el controlador es el último en darse cuenta de su tendencia malsana.  Si usted es una persona controladora, quizá le sea difícil dejar de hacerlo por causa de su comportamiento en el pasado. Así que usted debe demostrar una humildad verdadera cuando pregunte. Después, en vez de ponerse a la defensiva o atacarlos de palabra cuando sean sinceros con usted, tenga la sabiduría de aceptar lo que le digan y tómelo como proveniente de Dios.

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