08 abril, 2016

Envidia y Celos

Pecados Respetables: Envidia y Celos

La envidia es el dolor que sentimos, y que a veces va acompañado de resentimiento, por las ventajas que otra persona tiene. Nos gustaría tener las mismas oportunidades, lo cual nos lleva a la codicia. Lo que resentimos es que esa persona obtenga algo que nosotros no tenemos. Pero no sólo envidiamos a otra gente. En general, hay dos situaciones que nos provocan envidia. Primero, tenemos la tendencia a envidiar a aquellos con quienes tenemos un trato cercano. Segundo, envidiamos a otros precisamente en las áreas que más valoramos. La razón por la que nos sentimos tentados a envidiar a quienes se destacan más, es que tenemos tantas cosas en común que las diferencias nos molestan.
Algunos padres podrían envidiar a otros cuyos hijos son mejores estudiantes o deportistas, o que tienen mejores trabajos. Podríamos envidiar a un amigo que tiene una casa más bonita o que compró un auto más caro que el nuestro. Las posibilidades de envidiar a otros son interminables. Cuando nos comparamos con otra persona cuyas circunstancias son mejores que las nuestras, nos enfrentamos a la tentación de envidiarla. Quizá ni siquiera queremos estar en las mismas circunstancias de nuestro vecino o amigo; simplemente resentimos que tenga mejores cosas. Cuando seamos tentados a la envidia, reconozcamos que es pecado. Sin duda, este es muy sutil y menos grave, pero aun así, se menciona en las listas de pecados viles que incluyó Pablo en Romanos 1:29 y Gálatas 5:21.
Muy relacionado con la envidia está el pecado de los celos. Es más, en ocasiones usamos ambos términos como sinónimos. Pero hay una sutil diferencia que nos puede ayudar a ver cuán pecaminoso es nuestro corazón. Los celos se definen como intolerancia a la rivalidad.
Hay ocasiones legítimas en las que podemos tener celos, como cuando alguien quiere enamorar a nuestra esposa. Por otro lado, Dios declara que él es un Dios celoso que no tolera que adoremos a otro que no sea él (Éxodo 20:5).
Los celos pecaminosos surgen cuando tenemos que alguien se convierta en una persona igual o superior a nosotros. La ilustración más famosa de la Biblia es la de los celos del rey Saúl contra David. Después de que este mató a Goliat, las mujeres de Israel cantaban (I Samuel 18:7). Por supuesto que Saúl se enojó porque le otorgaron mayor reconocimiento a David que a él. A partir de ese momento lo consideró su rival y siempre estaba celoso de él. Nosotros también podemos tener celos si hemos recibido la bendición de Dios en alguna área de nuestra vida o ministerio y luego otro demuestra con su trabajo a resultados que es superior a nosotros. Pareciera que siempre hay un joven que llega y es más listo o más talentoso que nosotros. Cuando esto sucede, nos podemos poner celosos. No queremos que alguien más obtenga el éxito o bendiciones de Dios que nosotros hemos recibido.
Entonces, ¿cómo podemos confrontar la tentación de envidiar a de sentir celos de los demás?
Primero, y como sucede con muchos otras pecados sutiles, podemos confiar en la soberanía de Dios reconociendo que él es quien de manera soberana nos da los talentos, habilidades y dones espirituales. No solo hay diferencias en los talentos y dones, sino que también las hay en las clases de bendiciones que recibirán de Dios. Todo proviene de Señor, él es quien empobrece y enriquece, humilla y exalta (I Samuel 2:7). Es Dios quien levanta a uno y humilla a otro (Salmo 75:7).
Una segunda arma contra la tentación de tener celos es recordar que todos los creyentes “somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” Ro. 12:5. Miren el versículo 10.
"Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros."
En vez de envidiar a quienes nos aventajan o de sentir celos por quienes nos superan de alguna manera, debemos reconocerlos y honrarlos puesto que todos somos miembros del mismo cuerpo de Cristo.
Tercero, debemos entender que si gastamos nuestra energía emocional en la envidia o los celos, perdemos de vista lo que Dios podría hacer en nuestra vida. Dios tiene un lugar y un plan que él quiere cumplir en cada uno de nosotros. Ciertamente, algunos trabajos obtienen mayor reconocimiento que los demás, pero todos son importantes para el plan de Dios.

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